¿Será esto una crónica de un concierto?
Posiblemente no, pero estoy segura que ya han leído bastante, prefiero transmitirles la crónica de mi vida en el mundo serratiano, que he construído gracias a la compañía, el cariño y las aportaciones de todos ustedes, y en especial de nuestro querido Maestro Joan Manuel Serrat.
Les agradezco el que me permitan compartir con ustedes estas reflexiones, que pertenecen a todos.
LA CIUDAD HUELE A SERRAT
Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño,
Y le dieran una flor como prueba de que había estado allí,
Y al despertar encontrara esa flor en la mano…
¿entonces qué?
Samuel Taylor Coleridge
El día de hoy, mi ciudad, México, huele a historia. Encuentro mi pasado, mi adolescencia se refleja en un espejo invisible. Revivo citas de amor primerizas, se inauguran besos, mi mente se vuelve transparente y siento que mis secretos iniciales se adivinan. Como entonces, vuelvo a escuchar a Serrat cantar y me siento de nuevo un pequeño gorrión escondiéndome tras las ramas de mi vieja higuera, y así espero tener la suerte de ver pasar furtivamente a Joan Manuel Serrat, que hoy se mueve por mi ciudad.
El aroma a Serrat revive a papá, quién me dejó hace más de 38 años, y que reencontré algunas semanas después de su partida en la voz de un cantautor desconocido y muy joven que me decía aquello que supuse que papá no alcanzó a expresar: “si la muerte pisa mi huerto…”. Y también en el aire percibo a mamá, que como siempre, sigue sin entender mi pasión por ese soñador de pelo largo, que advierto que también secretamente la hace suspirar a ella, pero que, apegada a esa insoportable seriedad insiste en que no se debe querer a hombres que jamás vamos a conocer, aunque logren tocarnos el corazón con una simple sonrisa lejana.
Justo hoy flota de nuevo la imagen del primer amor, y también la del segundo. Y el tercero, ya más maduro, que arrullados los dos con la música de Serrat me contó la historia de su España libre, y también encontró momentos para enseñarme la manera en que Coleridge convertía los sueños en realidad.
Y aparece el amigo que se fue antes de tiempo, víctima de mercenarios urbanos y crímenes nunca resueltos, pero, que a pesar de su partida temprana y terriblemente injusta, me asegura que aun disfruta el último concierto de Serrat que escuchamos juntos, meses antes de su muerte.
Mi ciudad huele a Serrat y la nostalgia y la tristeza me embargan, pues ponen el acento en mis querencias resquebrajadas, pero al mismo tiempo logro recuperar las presencias de mis nuevos hermanos serratianos, que me han permitido reconstruir una familia, pero que también me han dado el gusto de ocupar un espacio en mis entrañas, donde espero, se queden por mucho tiempo, permitiéndome así restituir a mis fantasmas.
Y en las noches, Serrat se vuelve también protagonista de mis sueños, y como decía mi Maestro Freud, convierte la imagen onírica en un deseo realizado, para luego dejarme una flor en la mano que me confirma que este catalán guapo pasó la noche a mi lado, aunque, a pesar mío, se esfumó demasiado rápido en este amanecer frío y tardío de otoño.
Y llega la noche y camino hasta el Auditorio. Primero el bullicio, los saludos, la excitación del momento. Luego el protocolo del comienzo. Entre aplausos y ojos llorosos del público Serrat entra a escena, allí está también su guitarra y su añorado taburete de madera y fieltro color sangre. También su inseparable Ricard Miralles saca poesía hecha música de las teclas de un piano. Los personajes y sus objetos se vuelven reales, esas presencias internas e invisibles, que por eternas ya forman parte de mi, se hacen evidentes en el espacio teatral. Las palmas y los gritos de admiradores confirman que Serrat está frente a nosotros. Luego todo es silencio para permitir que la inconfundible y esperada voz, nos de la bienvenida.
Pero para aquéllos que crecimos y soñamos con las canciones de Serrat, la función empezó hace muchísimos años, y ahora, cobijados por las música y las luces, nosotros nos trasladamos a un pasado buscando lo imposible: el día de ayer, que hace mucho nos dejó huérfanos, pero que hoy, de nuevo nos ofrece la oportunidad de escuchar a Serrat para que a la salida del concierto, o tal vez mañana y siguiendo lo que de él aprendimos, podamos convertir estas pequeñas cosas en ramilletes de rosas que quizás sólo desaparezcan junto con nuestro último suspiro. Serrat es el pasado, pero también se ha convertido en presente, y mañana, cuando de nuevo forme parte de nuestros ayeres, seguramente será una ilusión para el futuro. Mi ciudad siempre va a oler a Serrat porque lo lleva dentro.
El concierto termina. Joan Manuel se entrega, pero yo que tan poco lo conozco y a la vez lo sé de memoria, reconozco en sus ojos brillantes y oblicuos, iguales a los míos, un destello de cansancio. Su sonrisa agradece, pero también nos pide una tregua, y resignados, aunque quizás inconformes, lo dejamos ir y volvemos, a regañadientes, al presente. Nos abrigamos. Afuera, seguramente hará frío, y es posible que también esté lloviendo.
Pero nada de eso es ahora importante, porque Joan Manuel Serrat pasó de nuevo por mi vida y me ha dejado una flor como prueba de que estuvo aquí.
¿Entonces qué?
Ety Kupferman
19 octubre 2008
México, D.F.