Dejen que cante… el muchacho.
Antes que otra cosa, las presentaciones naturales para aquellos que no sepan quien escribe: soy Eduardo Gallegos, como decimos los mexicanos: “servidor de ustedes” con más de cincuenta años de vuelo, cincuenta y seis para ser precisos, y cuarenta años de ser serratiano irredento. Como sucede con muchos de los compañ[email protected] de este foro, tengo una canción y un álbum de Serrat acompañándome en cada uno de los momentos de mi vida: Cantares y Señora son de la preparatoria; Piel de Manzana, de mi servicio social; 1978, de cuando empecé a trabajar; En tránsito llegó cuando entré a la escuela de cine y puedo seguir contando (y cantando). Serrat es uno de los pocos artistas que me importan y respeto, y ciertamente es a quien he seguido más tiempo y durante toda su carrera en español, que el extraordinario arranque catalán lo conocí mucho después. No es el único, pero sí es de quien, emocionalmente, me siento más próximo. Sus conciertos son revisiones agridulces de mi propia vida. Con nadie mejor que con él me pasa.
En cuanto a sus presentaciones, asisto invariablemente desde que alcancé la independencia económica. No vivía en la ciudad de México cuando llegó a mi país por primera vez, y si fue a Guadalajara entonces, no lo recuerdo. Ni lo conocía, ni hubiera tenido dinero para comprar la entrada por barata que fuera je je; pero sí voy a sus recitales desde que me independicé de la familia en 1977. Bueno, para ser enteramente honestos, berrinche político de por medio, sólo me he perdido el segundo del Serrat al 100 por 100, al que concientemente decidí no ir después de una comida que, con motivo del “Dos pájaros de un tiro”, supuestamente se dio en la embajada de su país, con el supuesto mandatario del mío…. así que, salvo esa ocasión, no me he perdido una sola de sus presentaciones… Joan viene a México más o menos cada dos años… así que en treinta y cinco que llevo trabajando lo habré visto unas veinte veces si contamos El gusto es nuestro o las ocasiones en las que, por fortuna, he dobleteado: Material sensible, Cansiones… o el reciente Hijo de la luz y de la sombra.
¿A qué viene este farragoso arranque? (tiemblen, es el arranque) a que desde lo profundo de mi alma serratiana (que espero haber comprobado con mi presentación) quisiera hacer una atenta y respetuosísima sugerencia sobre algo que he pensado muchas veces cuando escucho a Serrat y que se deriva, en parte, de mi experiencia en sus conciertos.
Vayamos al más reciente: “Hijo de la luz y de la sombra”: al inicio ya estaba adentro, ¿alguien puede permanecer al margen de un recital que empieza con “Llego con tres heridas”? la emoción desbordada después con esa maravilla de sencillez y belleza que resulta La palmera levantina, y así podría seguir citando… y lo mejor (malévolo je je): la audiencia en respetuoso silencio, nada de los usuales gritos y coritos, perdón pero si asisto al recital es porque quiero escucharlo a él, no al desafinado de mi vecino de asiento, ni a la chavala de ayer, (o de antier) que grita y manda besos dos filas adelante. Todos calladitos y emocionados durante la primera parte del recital o ¿a ver quién se revienta, sin equivocarse, la maravillosa Elegía, o quien conoce con suficiencia: Las abarcas desiertas? Y es que, usualmente, apenas empieza Serrat con los saludos tradicionales: “Buenas noches”, “Un gusto estar aquí”… y ya está la gente dale que dale con los gritos, tratando de que cante el concierto que ellos quieren, lo peor es que, acá, siempre piden las mismas: “Señora… Penélope… Cantares… Lucía”. En Hijo de la luz y de la sombra, la primera parte del concierto transcurrió en santa paz. Todos contentitos, emocionados, felices, y reverentemente callados. Yo me hubiera seguido feliz con Boca, Cerca del agua, Del ay al ay por el ay, me hizo falta llorar con Umbrío por la pena, etc. Pero no fue posible, llegó el punto y aparte, el recital empezó a transitar por caminos muy intensos a veces (La bella y el metro, Princesa) y otros, más complacientes y en las complacencias está el pero... Trataré de explicarme sin que suene a herejía, arriba contaba que en mi vida quizá haya asistido a unos veinte conciertos de Joan Manuel y aunque no soy de los obsesivos que recuerdan o anotan cada una de las canciones de esos conciertos ¿cuántas veces habré escuchado Penélope? Estoy seguro de que 20, ¿Cuántas Cantares? 20, ¿Cuántas Mediterráneo y Señora? 20. ¿Cuántas Lucía y Las pequeñas cosas? 19, porque esta última vez las omitió. (Y ya encarrerado: ¿Cuántas veces “Serrat te amo”? Dos millones).
Gritos aparte, Adoro esas canciones, son parte de mi vida y páginas brillantísimas; Lucía, por ejemplo, es una de las más bellas canciones de amor que conozco, no se me malinterprete, siempre que le escucho Las pequeñas cosas, llegan inevitables las lágrimas y el recuerdo de mi hermano muerto… Nadie puede negar la belleza y representatividad de Mediterráneo, pero sin nada de pena confieso que soy de los seguidores de Serrat que no se van a sentir decepcionados si por una vez no escucho alguna de ellas y no la canto en silencio o a coro junto a diez mil almas (como sucede cuando está el Auditorio Nacional a tope), ¿Por qué necesariamente tienen que formar parte de cuanto recital serratiano se programe? Pudieran bien no entrar o, si acaso, como premio de consolación para las almas que no saben pedir otra, al mero final de finales. Así lo ha hecho, a veces, con Lucía y funciona el asunto ¿Creen ustedes que un concierto de Serrat sin Cantares, La fiesta o Mediterráneo sería el mismo? Me canso que sí, y hasta con la emoción del silencio, por la sorpresa de escuchar cosas nuevas, o por ser tan poco recurridas que no están frescas en la memoria de la concurrencia, ansiosa de escuchar por enésima vez Penélope.
Vamos a la contraparte, en la Facultad de Química de la Universidad Nacional, que no en el auditorio, que ahí no la cantó, al empezar los primeros acordes de Paraules d’amor, creí que me iba a dar un infarto, porque era la primera vez que se la escuchaba a él solito en casi treinta y cinco años y diecinueve conciertos, (si mal no recuerdo la cantó con Ana Belén en El gusto es nuestro). Y es que en México, cuando canta en catalán ha recurrido muchas veces a “Pare”. El cancionero serratiano está lleno de páginas extraordinarias, podrían dar para cien variantes de repertorio de primerísimo nivel con joyitas no recuperadas o a las que poco se recurre, en español, catalán e incluso vasco. Mô, acá ni siquiera fue estrenado y tiene canciones bellísimas; es más, ahora con las pantallas, las maravillas catalanas podrían llegar con imágenes, la letra o la traducción para los no catalanes ¿se imaginan?: De mica en mica, Res no es mesqui, La Carmeta, Helena, Fins que cal dir se adieu, Juegos y juguetes, La canción para mi maestra o esa extraordinaria Canción de cuna (que creo recordar cantó una vez); y así podríamos seguir con todas sus canciones, desde las que nunca interpreta como Edurne y Por las paredes… hasta a las que se acerca por ahí de vez en vez (de nueve a once) o que solo escuchamos cuando estrenó el disco que las contenía (Che pykasumi). ¿Hace cuánto que no recurre a Caminito de la obra o a Malasangre? ¿Veinte años? Por favor, no me digan que cada uno no tiene su lista particular.
¿Les sucede a ustedes? ¿Cuál sería su recital ideal de Joan Manuel? Y ¡Horror al crimen! ¿Sin Cantares y sin Mediterráneo?